domingo, 30 de septiembre de 2018

EL P. EDWARD SCHILLEBEECKX Y EL ROSARIO



Angel Villasmil O.P.

1. Una necesaria introducción

Tengo que comenzar esta necesaria introducción diciendo que el rosario siempre ha formado parte de mi vida desde muy niño, no sólo porque era una oración familiar, sino porque ya desde entonces intuía en su contenido y estructura algo muy especial.  No fue sino cuando entré a la Orden –por más contradictorio que parezca- que comencé a escuchar cuestionamientos sobre el rosario, uno más asombroso que otro. 

En un trabajo de metodología de la investigación, estudiando primer año de filosofía, decidí tomar como tema de investigación el rosario.  Lo que escribí entonces no lo recuerdo, aunque si me topo con ese escrito posiblemente lo reformule del todo, como haría con tantas otras cosas que escribí en el pasado.  Pero de aquella investigación sí recuerdo con nitidez una conversación que tuve con el P. Felicísimo Martínez, que en ese tiempo vivía en el Convento de Santo Domingo, en San Cristóbal, donde yo estaba haciendo la primera etapa de la formación.  Conversando mientras paseábamos el estacionamiento del Convento, recuerdo que el P. Felicísimo me dijo: Yo rezo el rosario todos los días, pero te confieso que lo rezo mejor desde que estudié cristología. Después, cuando yo estudié cristología, me di cuenta de la profunda verdad que contenían aquellas sencillas palabras que me dijo el P. Felicísimo una tarde cualquiera, caminando por aquel estacionamiento. La mariología es un capítulo de la cristología y de la eclesiología.

¿Pero de dónde vienen los cuestionamientos al rosario?  Del desprestigio que sufrió la oración vocal en el los siglos XIV, XV y XVI, conocidos en la historia de la espiritualidad como devotio moderna.  Esta tendencia de la espiritualidad puso los énfasis en la oración mental, usando para ello los más sofisticados recursos de la imaginación con el fin de reproducir en la mente los pasos de la vida de Cristo, especialmente los de su pasión.  En este contexto encontramos la contemplación para alcanzar amor, de San Ignacio de Loyola, y el Libro de la oración y meditación, de Fray Luis de Granada, que a su vez estuvieron fuertemente influenciados por la predicación y la pluma del Padre Maestro San Juan de Ávila.  En este contexto la oración vocal pasó a ser un primer paso en el largo camino que conduce a la oración mental y desemboca en la contemplación.

Por este descrédito en que cayó la oración vocal, Fray Juan de la Cruz, dominico del siglo XVII, se vio en la necesidad de componer un tratado cuyo título da a entender de entrada el
contenido: Dialogo sobre la necessidad y obligacion y prouecho de la oracion y diuinos loores vocales y de las obras virtuosas y sanctas cerimonias, que vsan los Christianos, mayormente los religiosos.  Este tratado fue editado por la Editorial Católica junto con el Tratado del vencimiento de sí mismo, de Melchor Cano, y con el Tratado del amor de Dios, de Domingo de Soto.  De lo que se trataba era de mostrar que la oración vocal estaba en lo más íntimo de la tradición cristiana sobre la oración y que evitaba, entre otras cosas, caer en el subjetivismo de una oración puramente mental. 

Quizá sea preciso recordar aquí que Melchor Cano, aparte de su gran aporte a lo que hoy conocemos como teología fundamental, estableciendo los lugares teológicos, se caracterizó por ser un perseguidor encarnizado contra místicos y personas espirituales.  La Inquisición aquí tuvo un papel importante en la cacería de lo que en la historia de la espiritualidad se conoce como los alumbrados, personas que por no haber entendido correctamente el discurso sobre la oración mental, llegaron a dar lugar a verdaderas desviaciones doctrinales. Libros como el de la Oración y meditación, de Fray Luis de Granada, así como el Audi filia, del Padre Maestro San Juan de Ávila, lo mismo que el Tercer abecedario de la vida espiritual, del franciscano Francisco de Osuna, pasaron a formar parte, entre muchos otros, del Índice de los libros prohibidos.  En Valladolid tenía su sede la Inquisición. Por eso, cuando Fray Bartolomé de Carranza invita a Fray Luis de Granada, su amigo, a que vaya a San Gregorio de Valladolid, éste le responde: por Valladolid ni al cielo quisiera ir.

Los primeros cristianos no hicieron la distinción entre oración vocal y oración mental.  La oración de la comunidad cristiana, heredera de la tradición oracional del pueblo judío, era esencialmente litúrgica y comunitaria.  Posteriormente los monjes dieron lugar a otros modos de oración, mucho más personal: la lectura meditativa de la Sagrada Escritura y la repetición de oraciones breves, a modo de jaculatoria, en las que podemos ver un antecedente de nuestro actual rosario.  La meditación de la Escritura, sin embargo, no era el tipo de meditación discursiva que conocemos los occidentales, sino la repetición de textos y sentencias de la Escritura que luego se rumiaban en otros contextos como el trabajo y el descanso monásticos.

En la edad media la situación no cambia mucho.  Poco a poco se fue estatuyendo una forma de oración comunitaria con carácter litúrgico, que luego se conoció como Oficio Divino, compuesto de himnos, antífonas y salmos que eran cantados o recitados.  Por eso es por lo que en las primeras Constituciones de la Orden, las de 1216, no hablan en ningún momento de oración mental, sino de oración secreta, que no tenía un carácter obligatorio sino que dependía de la devoción individual de cada fraile.  Esta oración, según el texto constitucional, tenía lugar después de Maitines, a condición de que los frailes se dispersaran por los altares de la Iglesia y no molestaran a los que preferían dormir una vez terminado el oficio nocturno. 

El P. Antolín González Fuentes, en su excelente tesis doctoral titulada La vida litúrgica en la Orden de Predicadores.  Un estudio de su legislación desde 1216 a 1968, dice que los primeros frailes dedicaban siete horas completas a las celebraciones litúrgicas del Oficio Divino.  Sólo así se entiende que Santo Domingo, con no poca audacia y sentido práctico, dispensara de la asistencia a coro a los profesores y a los que se dedicaban al estudio, aunque los profesores santos, como el buen hermano Tomás, como lo llama Dante en La divina comedia, no se dispensaba de ir al coro, como lo atestiguan sus biógrafos de siempre.

A propósito de la oración vocal en este tiempo, es preciso anotar que ya San Benito, en su Regla, advierte la necesidad de hacer concordar la voz con la mente.  Y el Maestro Humberto de Romanis, con cierto humor, advierte en su obra sobre la Vida regular, de no tener el cuerpo en el coro y la mente en el foro. Dicho de otro modo, la oración vocal implica la atención suficiente como para que en ella esté implicada la interioridad del que ora.  Pablo VI primero, en la Marialis cultus, y Juan Pablo II después, en su Rosarium Virginis Mariae adviertieron sobre la necesidad de implicar la interioridad –y no sólo la mente- en el rezo del rosario. Dicho sea de paso, estos dos documentos son los que a mi parecer recogen más y mejor la realidad teológica y espiritual del rosario, aunque creo  que el Maestro Fray Aniceto Fernández se les adelantó con mucho en esta materia, como puede apreciarse en su Discurso sobre el rosario, pronunciado el 12 de julio de 1963, en Roma.

El Discurso sobre el rosario, del Maestro Fray Aniceto Fernández, viene a ser como una síntesis sobre aquellas cosas que deben tenerse siempre presente a propósito del rosario.  Aunque el contexto de este discurso fue el III Congreso sobre el rosario, el contenido de dicho discurso da la impresión de ser como un muro de contención frente a la avalancha producida una vez que comenzó el Concilio Vaticano II.  Muchos de la  generación de eclesiásticos que se sitúan inmediatamente antes y después del Concilio, interpretaron este acontecimiento eclesial como la posibilidad de librarse de los pesados fardos, por ejemplo, de una piedad que ya no decía nada.  Lo mismo pasó con el estudio de Santo Tomás.  Por eso encontramos al Maestro Fray Aniceto Fernández en el aula conciliar haciendo una encendida apología sobre la vigencia de Santo Tomás, cuyo resultado se vio en el decreto Optatam totius, sobre la formación sacerdotal, en la que ciertamente se renuevan los estudios teológicos, pero exhortando a procurar una visión de síntesis bajo la guía de Santo Tomás.

2. La vida y obra del P. Edward Schillebeeckx

A diferencia de Hans Küng, que vertió en tres grandes tomos su autobiografía, el P. Edward Schillebeeckx no sintió la necesidad de escribir una autobiografía ni mucho menos hacer una apología pro vita sua. La razón de esto quizá haya sido que, a diferencia de Hans Küng, el P. Schillebeeckx salió ileso de los tres procesos que se le hicieron en el Vaticano.
Sin embargo, a pesar de que no contamos con una autobiografía de quien quizá sea uno de los teólogos más grandes del siglo XX, contamos con una entrevista que le hicieron, en la que con toda frescura y libertad interior, da razón de sí mismo y de su propia andadura como hombre, como fraile y como teólogo.  Esta entrevista fue publicada bajo el título Soy un teólogo feliz, y a mi modo de ver constituye un excelente punto de partida para adentrarse en el pensamiento del P. Schillebeeckx. 

Algo más sistemático sobre el pensamiento del gran teólogo flamenco lo encontramos en la obra de Rosino Gibellini, La teología del siglo XX, junto con la obra de Franco Giulio Branbilla, titulada simplemente Edward Schillebeeckx.  Ambas obras ofrecen un caudal de datos de primera mano que permiten no sólo entender la obra del P. Schillebeeckx, sino considerar el alcance de su aporte en el marco de la teología contemporánea, concretamente en el campo de la cristología.

La andadura intelectual del P. Schillebeeckx podríamos decir que comienza con su tesis doctoral, publicada en su primera parte bajo el título Cristo, sacramento del encuentro con Dios.  Cristo es, en el pensamiento del P. Schillebeeckx, el eje central desde el que puede comprenderse no sólo la estructura sacramental de la Iglesia, sino el mundo, el hombre y la sociedad.  Pero sus estudios sobre la persona de Cristo los realiza desde un método completamente nuevo, basado en el concepto de experiencia, no ya como un hecho de tipo psicológico y subjetivo, sino como una realidad global desde la que se puede abordar la revelación de Dios en Cristo y su transmisión en la vida del mundo y de la Iglesia.  A pesar de haber escrito decena de obras y cientos de artículos, las obras claves donde se encuentra la síntesis de su pensamiento son Jesús, la historia de un viviente; Cristo y los cristianos.  Gracia y liberación y Los hombres, relato de Dios.  Es en esta obra donde nos encontramos la paráfrasis de la sentencia de San Cipriano, fuera de la Iglesia no hay salvación, formulada por el P. Schillebeeckx en la afirmación fuera del mundo no hay salvación.

No encontramos en el P. Schillebeeckx un desarrollo sobre la teología de la Trinidad, la revelación de Dios, la antropología teológica, la eclesiología, los sacramentos, la gracia, la mariología y la escatología, aunque todos estos temas son abordados por él poniendo a Cristo como el vértice de toda la revelación de Dios, de su comprensión en la teología y de su actualización en el misterio de la Iglesia.  Es en este contexto donde nos encontramos con su excelente libro María, madre de la redención, en el que de entrada no nos vamos a encontrar con el concepto de María corredentora, sino como el de la mujer que, desde su entera libertad, se pone al servicio del plan redentor de Dios en su Hijo Jesucristo.  Tengo para mí que este es el tratado más racional, sereno y centrado sobre la presencia de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, así como los efectos de la presencia de María en la vida de la Iglesia y de los cristianos.  Son interesantes los criterios de discernimiento de las apariciones marianas y de la piedad de la Iglesia.  En este contexto se sitúan sus reflexiones sobre el rosario, que reproduzco íntegramente a continuación.




3. Un extenso texto sobre el rosario

El texto sobre el rosario está en la obra María, madre de la redención.  Bases religiosas del misterio de María,  concretamente de la tercera edición de Ediciones Fax, Madrid, pp. 248 – 257.  El texto se encuentra en la segunda parte del libro, titulada Nuestra respuesta existencial a María, nuestra Madre, en la que aborda la veneración a María y advierte el peligro de lo que él llama “marianismo”, pasando luego a la devoción popular a María, las apariciones y su lugar en la vida religiosa del pueblo, hasta llegar a la sección El poder de nuestra oración mariana dirigida a Cristo. Allí aborda la oración mariana en general, para luego llegar a La oración del rosario.  Esta sección está articulada en Estructura psicológica de la oración, El aspecto dogmático de la oración del rosario y El rosario en familia.

A continuación la reproducción íntegra del texto, en el que introduciré las páginas a medida que se vaya copiándolo para que así sea más exacto a la hora de ser citado:

“LA ORACIÓN DEL ROSARIO

a) Estructura psicológica de la oración (p. 248)

El rosario es una oración mariana frecuentemente recomendada por la Iglesia.  No nació de una sola inspiración.  Ni jamás fue instituida en forma definida y completa.  Sino que fue apareciendo gradualmente, como resultado de un lento proceso de desarrollo, durante el cual estuvo sometido a muchas adaptaciones, cambios, adiciones y omisiones.  Su desarrollo quedó influido también, poderosamente, por factores profanos.  El contar y repetir una misma oración es una práctica tan difundida en casi todas las religiones antiguas del mundo, que podríamos considerarlo como un hecho religioso universal.  Forma parte íntima de nuestra estructura espiritual y física.

En realidad, no hay una verdadera diferencia entre la forma psicológica de la oración del rosario y la de la oración del breviario.  Los dos son formas vocales de oración y, al mismo tiempo, son una oración interior.  La diferencia básica entre ambas es la siguiente: en el caso del rosario, la oración exterior y vocal se hace siempre según la misma fórmula.  La oración es siempre, en primerísimo lugar, un acontecimiento que se realiza interiormente, en el alma.  Lo que sucede exteriormente es también oración, pero tan sólo en cuanto es una exteriorización de la actitud de oración del alma.  Haríamos mal en presentar la continua repetición de avemarías como una simple técnica exterior destinada a ocupar sosegadamente el cuerpo, (p. 249) para que el alma pueda remontarse libremente.  La
recitación externa de avemarías es, ciertamente, una oración, y no sólo una técnica.  Esto no quiere decir que falte por completo el aspecto técnico en la repetición espontánea de una misma fórmula de oración.  Hay, ¡qué duda cabe!, un elemento de pura técnica.  Pero no deberíamos exagerar su valor.  Algunos autores espirituales han afirmado que la monotonía de las avemarías, repetidas incansablemente, alivia la tensión del alma.  Esto es verdad hasta tal punto, que a muchos les entra sueño durante el rezo del rosario.  Por lo demás, hay quien practica con éxito esta piadosa “técnica para dormirse”, al irse a la cama por la noche.  Según algunas investigaciones, la recitación del rosario estimularía una oración contemplativa espontánea y afectiva, pero sería un obstáculo para una meditación más concentrada.

El rosario es, pues, una forma relativamente espontánea de oración.  El individuo fija su atención unas veces sobre el contenido del avemaría, y otra sobre el misterio que se enuncia en cada decena.  Cuando desfallece la atención que se presta al misterio, entonces el acunamiento provocado por la repetición de la misma fórmula nos hace volver espontáneamente a él.  Orar es una experiencia viva –una vida de fe, esperanza y amor-: una vida a la que nos hemos de entregar, aunque estemos fatigados y rendidos.  Hay, pues, una concepción idealista del rosario que puede ser, y que es realmente para muchos, una cumbre de vida concentrada de oración.  Pero también hay otra interpretación, realista, de esta forma de oración.  Y yo quiero seguir estudiando ahora este aspecto del rosario.  El que esté al cuidado de la dirección de jóvenes, se da cuenta enseguida de que muchos de ellos (p. 250) no llegan, durante la oración vocal, a concentrar su atención en los misterios del rosario.  Digamos francamente que nuestros contemporáneos se sienten menos atraídos por los que les precedieron, por el rezo del rosario.  Muchos, durante esa recitación, sienten su alma vacía y su sensibilidad embotada.  Mientras que en algunos momentos, llegamos a hacer del rosario una oración muy intensa: en otros momentos nos aburrimos soberanamente.  Estas observaciones, comprobadas con sentido realista, ¿nos llevarán a la conclusión de que el rosario ha fracasado ya? ¡Todo lo contrario!  Cantan, más que nunca, un panegírico del rosario.  Esta oración, fuera de los momentos en nos hace vibrar verdaderamente de devoción, se presenta admirablemente para los momentos vulgares de la existencia: esos momentos en los que sentimos aburrimiento y disgusto por todo menos por la indiferencia.

El que desea orar mucho y orar bien, se da cuenta enseguida de la ayuda providencial que tiene en el rosario.  La formulación del rosario es tan atinada, que el alma puede remontar el vuelo místicamente.  Y, en el momento de la más alta contemplación, aun pasando maquinalmente las cuentas del rosario, el alma se eleva y la oración se hace más interior.  El rosario ha alcanzado entonces su meta.  (Las negrillas son mías)  En la mayoría de los casos, el rosario sería un precioso auxiliar para los momentos de sequedad y desolación espiritual.  Las encuestas lo han demostrado.  El abandono filial, con espíritu de fe y amor, la intención que preside la oración, determinan –también aquí- el valor del
rosario: se trata de estar en la presencia de Dios.  Esta conciencia de la presencia de Dios se mantiene y fomenta por medio del rosario, incluso en los momen- (p. 251) tos en que el alma se siente embotada y el corazón desolado.  Puesto que tales circunstancias son frecuentes en la mente del hombre, el rosario seguirá siendo para él una oración saludable y que enriquecerá su vida espiritual.  El rosario puede crear esos estados admirables de quietud, que con frecuencia son fuente de un arranque creador. 

Un escritor no-católico dijo que nuestra psicología humana tiene tres niveles: una zona de claridad, una zona de sombra y una zona intermedia de penumbra.  Esta afirmación podría ilustrar la práctica del rosario.  En la zona de sombra se hallan –como quien dice- amontonadas nociones adquiridas, experiencias vividas, impresiones, etc.  Todos esos elementos pre-conscientes, pueden evocarse en nuestro interior bajo la influencia de nuestra tonalidad afectiva del momento o por ideas que han llegado a adquirir más claridad en nuestra mente.  Un hecho psicológico bien comprobado es que los medios mecánicos tienen considerable poder para evocar verdades que dormitan en nosotros.  El rosario, en su aspecto mecánico actúa de esta manera.  Y la repetición de avemarías puede despertar verdades cristianas adquiridas pero que dormitan en nuestras mentes.  Hace que el tesoro espiritual latente de nuestra alma vaya llegando mansamente a la superficie.  El rosario es un acto prolongado de amor, que lleva consigo tan sólo una ligerísima actuación interior, una “relación” de amor –como quien dice-, durante la cual un contenido especial y más claramente definido (por ejemplo, el misterio de la Anunciación, o el nacimiento y la muerte de Cristo) emerge de vez en cuando al primer plano de la atención, mientras que dicha tensión va siendo atraída, en mayor o menor grado (pero sin ninguna tensión), (p. 252) por el rítmico correr de las cuentas entre nuestros dedos.

Por todo lo que hemos dicho, habrá quedado bien claro que no hacen falta esfuerzos titánicos para recitar in forma el rosario, es decir, no necesitamos esforzarnos para experimentar plenamente la oración del rosario, tanto por la recitación externa de las avemarías como por la contemplación interior de los misterios.  ¡No hace falta que intentemos la imposible tarea de tocar –como quien dice- en dos planos a la vez!  Esto sería exigir demasiado de nosotros, como seres humanos, y –al mismo tiempo- sería perjudicial para la oración como acto de amor y sumisión.  Cuando hacemos uso del rosario, debemos dejar más bien a Dios que nos moviese y penetrara todo nuestro ser.  La esencia de todo acto de oración es lograr que nuestra voluntad se conforme a la voluntad de Dios.  En el caso del rosario, esto se logra por una murmuradora y casi fusión de voluntades.  En las frecuentes ocasiones en que nuestro espíritu no logre ponerse en tensión, pero –a pesar de todo- tratemos de orar y acudamos instintivamente al rosario: nuestra petición “¡Hágase tu voluntad!” se convertirá en una contemplación pacífica y, a veces, indistinta, que se sumerge en una atmósfera en la que la armonía de voluntades ha tenido ya lugar, como quien dice, pero en el momento de nuestra oración se halla un eco en nuestra conciencia religiosa.

 Por esta razón, me parece a mí que el rosario no es tanto el reverso de un factor que active nuestra vida espiritual, cuanto una reverberación de la vida de oración, con mente tranquila, pacífica e incluso fatigada.  A la mente hay que haberla alimentado acti- (p. 253) vamente a base de otras fuentes.  Estas fuentes activas de alimento espiritual podrán ser, verbigracia, los sacramentos de la eucaristía o de la penitencia, la meditación privada o la recitación pública del oficio divino  Tan sólo si a los jóvenes de hoy les presentamos el rosario a esta luz, podrán ellos captar con suficiente relieve su valor permanente.

b) El aspecto dogmático de la oración del rosario

El valor de la oración del rosario consiste en su concentración sobre el misterio salvífico de la redención.  Cristo fue quien trajo esta redención.  Pero María está activamente presente en y asociada con todo el conjunto de este orden histórico de la salvación.  El rosario es un credo cristológico sistemático, un symbolum o compendio de dogma y doctrina, en forma de meditación, de todo el dogma de la redención. (Aquí se inserta una nota al pie de página que dice: La división y distribución de los quince misterios ha variado con frecuencia en el curso de la historia, y no es la misma en diferentes países.  Sería de desear una revisión fundamental de esta división desde el punto de vista dogmático.) (Nota mía: esta revisión se llevó a cabo por medio de la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, de Juan Pablo II, el 16 de octubre de 2002). Puesto que su uso se ha difundido tanto, el rosario es –claramente- un arma importantísima para instruir la comunidad eclesial en el dogma cristiano.  Al orar, el pueblo cristiano va ancándose más fuertemente en los dogmas de su fe.  Por medio de la oración, nos remontamos hasta el pasado, y nos ponemos en la situación de María.  El rosario nos capacita para ir siguiendo la evolución de María, el desarrollo de su vida.  Con fe y esperanza, podemos ir experimentando todas las fases del misterio de Cris- (p. 254) to: tomamos como punto de partida los gozos de la madre y de su Hijo, pasamos a través de los sufrimientos soportados por el Redentor y por su madre, y finalmente llegamos al punto de que compartimos la felicidad de María por la victoria y triunfo de su Hijo.  Cristo –redención personal, la redención misma- constituye el centro mismo de la oración mariana. Cuando rezamos el rosario, estamos centrando internamente nuestra atención sobre los misterios vivos de Cristo.  Externamente, no hacemos más que musitar –casi como un susurro- las avemarías, mientras que nuestra mirada está fija internamente, por la fe, en cada misterio.  Lo que, en realidad, decimos a María –en toda esa oración interior- no es más que “¡Gracias, María!” La oración del rosario puede enseñarnos a modelar nuestro fiat según el ejemplo “típico” de María.  Y puede enseñarnos a aplicar ese asentimiento personal a las diversas etapas de nuestra propia vida: en los momentos de gozo, en los momentos de sufrimiento y en los momentos de triunfo.  Aprenderemos a no dejarnos impresionar por las circunstancias momentáneas y transitorias de nuestra vida en la tierra.  Sino a inspirarnos en la realidad esencial, eterna y efectiva de la redención, por medio de un vaciarnos de nosotros mismos (exinanitio) y de elevarnos por
medio de Dios (exaltatio).  Para decirlo con otras palabras: hemos de buscar nuestra inspiración en los actos humanos de salvación, llevados a cabo por el divino Redentor, y en los misterios salvíficos en los que María se comprometió a sí misma plenamente como madre.

Dios mismo entró en el mundo del hombre.  Y –en su humanidad- no sólo compartió la situación fundamental del hombre, sino que además proporcionó (p. 255) a esa situación su última fase, dándole con ello una interpretación completamente nueva, de suerte que no sólo hubiera vida humana y muerte, sino también resurrección. Este tema básico de la condición del hombre, podemos verlo –desde una perspectiva cristiana- en la oración del rosario  Está liberado del elemento de superficialidad y disgusto humano de que está amenazado constantemente.  El rosario puede hacernos vigorosamente conscientes de que de que vita et norte; de que la vida que surge de la muerte y del sacrificio, es una tarea religiosa y moral que ocupa la totalidad de nuestras vidas.  Cuando rezamos el rosario, estamos pidiendo a Jesús y a su madre el vigor para realizar tal tarea en nuestra vida. 

Cuando rezamos el rosario, estamos haciendo lo que María misma hizo: “Su madre conservaba todas estas cosas en su corazón” (Lucas 2, 51).  Mientras oraba y meditaba, María fue adquiriendo conciencia del misterio de Cristo, y del papel especial que a ella le estaba reservado en la economía de la redención.  Y nosotros sólo de una manera llegaremos a adquirir conciencia de nuestro papel y de nuestra vocación concreta en este mundo redimido: uniéndonos, por medio de la oración, con el “misterio de Dios”, misterio que abarca también el misterio mariano. 

Cuando pedimos a Dios un favor particular por medio del rosario, estamos orando realmente “por medio de Cristo nuestro Señor”.  Y esta súplica está indisolublemente vinculada con nuestra oración “por medio de la Reina del mundo”. Apelamos al misterio de Cristo, el cual –al mismo tiempo- está íntimamente asociado con el misterio de María.  Y es, en sentido concreto, un misterio mariano.  El secreto de (p. 255) esta madre consiste en identificarse maternalmente con la actividad santa de su Hijo.  Como madre de Cristo, María conoce de antemano el corazón de Cristo.  Y es capaz de tomar iniciativas en las que él da a priori su consentimiento.  En última instancia, sólo lograremos entender esas iniciativas si las vemos como resultado de un impulso que dimana del corazón humano de Jesús y que está dirigido hacia María.

c) El rosario en familia

El rosario en el hogar, recitado por todos los miembros de la familia, se presta admirablemente para convertirse, juntamente con fórmulas más modernas de oración familiar, en una verdadera “liturgia” familiar con orientación dogmática pura.  No creamos demasiado fácilmente que el rosario en familia es  (sic.) una rutina sin alma.  Esas
avemarías que se rezan haciendo algunas tareas domésticas en la cocina o en el costurero, están animadas por un verdadero espíritu de oración.  Y este espíritu y la intención que los animan educan la vida familiar, a través de la oración vocal de sus miembros, y la orientan hacia el trono de Dios, muy cerca de Cristo y de su madre.  El rosario rezado en familia es el: “Señor, aquí tienes a la familia que te está consagrada”: palabras que el hogar cristiano pronuncia, sumido en oración a su Dios.  Durante el rosario, la familia está expuesta a las influencias de Dios.  El rosario que la familia reza en común, es el tiempo privilegiado de su vida.  Es el momento en que la comunidad familiar experimenta que Dios es su fuerza de unión. Los lazos familiares del amor se hacen más sólidos.  Y los miem- (p. 257) bros llegan a ser más conscientes de esos lazos que los unen a todos,  Y adquieren conciencia de ser una célula diferenciada, dentro del amor cristiano universal.  La familia se convierte, así, en una pequeña comunidad de salvación, en la que todo lo temporal –con todas las preocupaciones inherentes a la vida de la familia- está situado dentro de la perspectiva de lo único necesario: ¡Venga el reino de Dios! ¡Hágase tu voluntad así en la tierra (aquí en nuestra familia) como en el cielo!  El rosario es para el hogar lo que las Completas litúrgicas son para una comunidad religiosa: “Guárdanos, Señor, como la pupila de tus ojos”.  Y mientras se prolonga la suave y monótona cadencia de avemarías, el padre o la madre de familia piensa quién en sus problemas familiares, quién en el hijo que se espera, quién en los asuntos planteados por los hijos que se van haciendo mayores.  Y entonces ese conjunto de datos familiares experimentan la luz del misterio salvífico de Cristo. O bien, se le confían todos los problemas a la madre del milagro de Caná y de toda la redención.  “Muchas veces, cuando he acudido a ti, sentí cómo derramabas bálsamo en las heridas – todavía palpitantes- de mi corazón, dice Guido Gozelle, poeta flamenco.”

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